Cementario de Colon, La Habana. Cuba
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- Zapata Calzada, esq. 12, Vedado. Havana City
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- Destino: La Habana
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El Cementerio de Colón es una de las 21 necrópolis existentes en la ciudad de La Habana, Cuba. Con sus 57 hectáreas, es el cementerio más importante del país. Posee un gran número de obras escultóricas y arquitectónicas, razón por la cual muchos especialistas lo sitúan como tercero de importancia mundial, precedido solamente por el de Staglieno en Génova, Italia y el de Montjuic en Barcelona, España. Su entrada se caracteriza por un monumento escultórico en su tope, de mármol de Carrara, de 34 m de longitud por 21,66 m de altura. El conjunto representa las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Esta portada es obra del arquitecto español Calixto de Loira. Los relieves y las esculturas en mármol de Carrara son del cubano José Vilalta de Saavedra. Al traspasar la gigantesca portada de estilo bizantino, dos amplias avenidas, llamadas de norte a sur Cristóbal Colón y Obispo de Espada y de este a oeste Fray Jacinto, sirven de marcador principal para la división del cementerio en cuatro áreas, llamadas en sus inicios cuarteles. Su estructura es rectangular en forma de campamento romano y está compuesto por una retícula de calles, manzanas y lotes. Verdadero monumento arquitectónico de la antigüedad, la necrópolis cuenta además con el honor de ser el único cementerio americano dedicado a Cristóbal Colón, gran navegante y descubridor de la Isla y de otros importantes destinos en el continente americano.
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Cementario de Colon se encuentra ubicada en La Habana
La capital cubana es, sin dudas, el destino turístico por excelencia de la mayor de las Antillas. Y dentro de ésta su centro histórico "declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad en 1982" resulta un punto de obligada referencia para cuanto visitante llega a esta urbe, durante siglos considerada la llave del Golfo de México.
Al lejano noviembre de 1519 se remonta la fundación, en su emplazamiento definitivo junto al canal de entrada de una bien protegida bahía, de la villa de San Cristóbal de La Habana, convertida con el tiempo en punto de encuentro de las flotas españolas que trasladaban a la metrópolis las riquezas extraídas de sus dominios en el llamado Nuevo Mundo, y eje fundamental en el comercio y las comunicaciones entre éste y el Viejo Continente.
Semejantes ventajas, derivadas esencialmente de su estratégica posición geográfica, incidieron también de manera directa sobre el ulterior desarrollo de la próspera villa, que comenzó a crecer al amparo de un sistema defensivo sin par en la América hispana y rodeada por una muralla cuya construcción (iniciada en la segunda mitad del siglo XVII y concluida más de 100 años después) se consideró desde su inicio ineficaz y costosa.
El Templete, un pequeño edificio neoclásico inaugurado en 1828, es el sitio donde cada 16 de noviembre los habaneros festejan la celebración de la primera misa y el primer cabildo de San Cristóbal de La Habana, y el punto a partir del cual se inician –por lo general– los recorridos turísticos por el núcleo original de la capital cubana.
A escasos pasos de allí se encuentran la Plaza de Armas, en torno a la cual se levantan el imponente Castillo de la Real Fuerza (1577) –donde hoy se exhibe la colección de cerámica artística más importante de la Isla y sobre cuya torre se erige La Giraldilla, una artística veleta símbolo de la ciudad– y los Palacios de los Capitanes Generales (Museo de la Ciudad) y del Segundo Cabo.
Otras tres plazas y sus edificaciones colindantes despiertan invariablemente el interés de sus visitantes: la Plaza de la Catedral, rodeada por opulentas mansiones; la recién restaurada Plaza Vieja, donde sobresale la casa de los Condes de San Juan de Jaruco; y la Plaza de San Franciso de Asís, aledaña a la iglesia y el convento de igual nombre, en uno de cuyos claustros se encuentra el Museo de Arte Sacro.
Mas caminar por las calles de la Habana Vieja, muchas de éstas aún adoquinadas, representa también la posibilidad de acercarse a más de una docena de museos y estudios-galerías de afamados artistas plásticos cubanos y latinoamericanos; visitar las casas de Benito Juárez, de Asia, Africa, Puerto Rico, de los Árabes (allí se encuentra la única sala para las plegarias musulmanas existente en Cuba) y de Simón Bolívar.
Resulta asimismo interesante visitar la maqueta de esta municipalidad; transitar por la Alameda de Paula, un hermoso paseo construido en la segunda mitad del siglo XVIII; o cruzar la bahía para llegar hasta los ultramarinos poblados de Casablanca, donde se erige el Cristo de La Habana, y Regla, donde se encuentra el Santuario de Nuestra Señora de la Virgen de Regla, protectora de marinos y pescadores y patrona de la Bahía de La Habana.
El parque histórico-militar Morro-Cabaña lo conforman dos reductos de la magnitud del Castillo de los Tres Reyes del Morro (1630) y la fortaleza de San Carlos de la Cabaña (1774), catalogada en su momento como la obra cumbre del sistema defensivo abaluartado. Precisamente desde esta última fortificación se dispara cada noche, a las nueve en punto, un cañonazo de salva que en llamativa ceremonia rememora los tiempos cuando sendos fogonazos (en horas de la madrugada y al anochecer) constituían la señal convenida para abrir o cerrar las murallas de la ciudad y para colocar o retirar la enorme cadena flotante de madera y bronce que daba acceso al puerto de la villa.
Descubrir la llamada Habana extramuros, sin embargo, resulta tan apasionante como desandar las estrechas calles de la vieja ciudad. La Habana fue creciendo bajo el influjo de las más disímiles corrientes constructivas del orbe y en sus terrenos encontraron espacio el renacentismo, el mudéjar, el barroco y el barroco cubano, el neoclasicismo, el eclecticismo, el art nouveau, el art decó y el pragmatismo.
Así, al otro lado de la inútil muralla aparecieron sitios emblemáticos como el Paseo del Prado, el Gran Teatro de La Habana y el Capitolio, uno de los más espléndidos edificios de la capital y en cuyo interior se encuentra la Estatua de la República, la tercera más alta del mundo bajo techo y a cuyos pies se encontraba el diamante que marcaba el kilómetro cero de la Carretera Central.
Nacieron también el afamado malecón habanero, de unos 12 kilómetros de longitud y considerada la imagen más característica de la ciudad, que enlaza al centro tradicional con la populosa barriada de El Vedado, desde cuyo corazón, La Rampa –zona de magnífica urbanización y arquitectura– puede accederse fácilmente a otros sitios de interés turístico como la bicentenaria Universidad de La Habana, la Plaza de la Revolución y el Memorial José Martí (el más alto mirador de la ciudad, con 138,5 metros de altura sobre el nivel del mar), o la Necrópolis de Colón considerado entre los más importantes del planeta por sus múltiples valores artísticos.
Hacia ambos lados del centro de la urbe existen asimismo puntos de notable interés. En dirección oeste, la Quinta Avenida conduce a la barriada residencial de Miramar, que actúa como órbita del mundo empresarial y de negocios y donde es posible visitar una impresionante Maqueta de la Ciudad. El Palacio de Convenciones, el recinto ferial Pabexpo y el exclusivo Club Habana anteceden a la comunidad turística Marina Hemingway, un lugar apropiado para bucear, practicar la pesca de altura, participar en un seafari a las barreras coralinas, o navegar en un confortable yate acondicionado para la vida a bordo.
Hacia el este de la ciudad y después de atravesar el Túnel de la Bahía, se llega al poblado de pescadores de Cojímar –de peculiar belleza y colorido– que invita a rememorar la prolongada estancia en Cuba del Premio Nobel de Literatura Ernest Hemingway, quien encontró precisamente allí muchos de los escenarios y personajes de sus obras.
Más de 15 kilómetros de franja costera, arenas finas y aguas azules y transparentes se extienden entre Bacuranao y Guanabo conformando un circuito náutico que los habaneros identifican sencillamente como las playas del este, y en el cual suelen destacar por sus atributos naturales a Santa María del Mar.
También rumbo al este de la capital, a sólo 15 kilómetros del centro, un pequeño pueblo fundado en 1733 a partir de la existencia de aguas minero-medicinales invita a conocer sus valores históricos, arquitectónicos, culturales y naturales: Santa María del Rosario.
Como toda gran ciudad, La Habana es el corazón de la intensa vida política, científica y cultural de la nación. Decenas de museos, salas de teatro y de conciertos, galerías de arte e instituciones culturales tienen su asiento en la ciudad y algunas como el Ballet Nacional de Cuba, la Casa de las Américas, la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, o el Conjunto Folklórico Nacional gozan de enorme prestigio internacional.
Y, por supuesto, es también una urbe donde el buen comer y la diversión tienen un importante espacio en sitios tan conocidos como La Bodeguita del Medio, el Floridita, o el cabaret Tropicana, o en otros menos mencionados, pero que tienen ya un espacio reservado en la preferencia de los millares de turistas que cada año recorren la capital cubana.
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Tesoro del patrimonio nacional, el cementerio de mayor extensión
en Latinoamérica y el más conocido en Cuba es, sin dudas, la Necrópolis
de Cristóbal Colón. Con sus 57 hectáreas, muestra un perfecto trazado
a la usanza de los campamentos de estilo románico-bizantino. Para La
Habana, fue la construcción religiosa y fúnebre de más complejidad ejecutada
en el siglo XIX. Su plazuela en la calle central y la monumental
portada, llevan el nombre del conquistador español cuyos restos nunca
alcanzaron a reposar en ese camposanto. El frontis de Colón o Puerta de
la Paz, se inserta en la tradición de los arcos de triunfo. Con sus antorchas
invertidas, relojes de arena recontando el tiempo y las simbólicas ramas
de laurel, anuncia el camino ineluctable de la vida. Ostenta hermosas
esculturas talladas de forma directa en mármol de Carrara, ideadas
por el cubano José Vilalta Saavedra, evocadoras de las tres
virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, que deben
acompañar eternalmente a quienes ingresan
en esa otra ciudad, la de los muertos.
un encuentro con el silencio
Con una historia próxima a cumplir en octubre los 129 años de edad, la Necrópolis de Colón figura hoy como un símbolo imponente del encuentro de la Cuba actual con el silencio, en recuerdo a las generaciones que descansan en el camposanto habanero.
El también conocido como Cementerio de Cristóbal Colón tuvo su inicio en un proyecto del arquitecto de origen gallego Calixto Arellano de Loira y Cardoso, graduado de la Real Academia de Artes de San Fernando de Madrid.
El citado profesional presentó una propuesta ganadora en 1869 del concurso para el nuevo cementerio de la capital cubana, divulgada bajo el título de "La pálida muerte entra por igual en las cabañas de los pobres que en los palacios de los reyes".
Los primeros trabajos dedicados a la nueva área de descanso final para los fallecidos se iniciaron en octubre de 1871, y ya en ese propio siglo la fama de la Necrópolis de Colón recorrió en mundo entero en la mano de las guías turísticas de la época, encargadas de divulgar los sitios de mayor interés en la capital de la mayor de Las Antillas.
Verdadero monumento arquitectónico de la antigüedad, la Necrópolis de Colón cuenta además con el honor de ser el único cementerio americano dedicado al gran navegante, descubridor de la isla y de otros importantes destinos en el continente.
Precisamente, las rejas de hierro forjado del camposanto, encargadas de cerrar los vanos de la llamada Puerta de la Paz, recogen en tres C (CCC) ese homenaje a quien llamó a la ínsula "La tierra más hermosa que ojos humanos han visto".
El acceso más importante a la amplia explanada del silencio está en la majestuosa portada norte, donde se desarrolla el motivo escultórico del arco de triunfo, con una altura máxima de 22,5 metros.
Símbolos irrepetibles atraen a los visitantes al cementerio, caracterizados por antorchas invertidas que recuerdan el término de la existencia humana, acompañadas de ramas de laurel y de relojes de arena alados, los cuales marcan con el descenso de sus granos lo irreversible de la vida terrenal.
En épocas posteriores, y más exactamente en 1901, un conjunto escultórico -elaborado en Italia por el escultor cubano José Villalta Saavedra- completó la coronación del ático de la puerta norte, ejecutado en el mundialmente conocido mármol de Carrara.
La obra, titulada "Las Tres Virtudes Teologales" -Fé, Esperanza y Caridad- se vio acompañada en esa ocasión de una inscripción en latín (Janua Sum Pacis), la cual precisamente sirvió para otorgar a ese acceso la denominación de Puerta de la Paz.
La principal entrada al mundo de los no vivos se vio complementada en su decoración con dos medallones, alegóricos a "La crucifixión de Jesús" y "La resurrección de Lázaro", los cuales sirvieron de respaldo al papel jerárquico de esa entrada al camposanto habanero.
Hacia el interior del silencioso sitio, dos amplias avenidas -llamadas de norte a sur Cristóbal Colón y Obispo de Espada y de este a oeste Fray Jacinto- sirven de marcador principal para la división del cementerio en cuatro áreas, llamadas en sus inicios cuarteles.
Precisamente en esas zonas, hasta hoy en día llega el descanso de miles de cubanos, acogidos en el seno del cementerio bajo la tutela de los centenares de panteones o simplemente en la tierra que sirve de refugio a los cuerpos de los habitantes de esta isla cuando abandonan la vida
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